Si quieres miento para ser cortés pero, diga lo que
diga, ten claro que lo único que me apetece en este momento es hacerte el
amor.


viernes, 28 de mayo de 2010

Continuación IV

Hacía años que no veía llover así en el pueblo. El viento estaba furioso, rabiaba a la vez que empujaba el agua que caía copiosamente y con saña de un cielo tan encapotado que hasta las estrellas habían tenido miedo de salir. Parecía que habían pasado siglos desde la última tormenta.

Estuve pensando en darme media vuelta y volver a casa, pero cada vez que volvía a mi cabeza la imagen de mi Caperucita y sus labios rojos, me daba más cuenta de que sería un error volver. Porque aquella noche iba a encontrarla. Lo sabía.

Entre el humo y el ambiente cargado, agradecí el calor del bar. Me quité la chaqueta y me la sacudí y después me adentré entre toda esa gente que, seguramente, estaba combinando de manera peligrosa las penas y el alcohol. La música estaba alta, no hubiera escuchado a nadie... salvo a ella. Allí estaba, apoyada en la barra, tan preciosa como siempre, o más preciosa que nunca. Un tipo parecía estar encima de ella. Sus ojos parecían decir "ojalá este gilipollas se vaya de mi vista".

No pude evitar meterme. Yo soy así.

-Tú, gilipollas. ¿Estás molestando a esta señorita?

Él se giró. Y ella también. Sus enormes ojos me miraron.

-Dejalé, no merece la pena- dijo.

El tipo no articuló palabra. Se marchó de allí como si hubiera estado pretendiendo tomar algo que no era suyo y acabó en el fondo del bar junto a una exuberante mujer rubia.

-Vaya, vaya; ¿así que ahora vamos de chico bueno?- la sonrisa traviesa de mi Caperucita me pareció una bendición.
- Un martini para ella y un gintonic para mí, por favor- intenté hacer oídos sordos a sus palabras. Saqué el tabaco y me encendí un cigarrillo, a la par que ella apagaba otro- No esperaba encontrarte esta noche por aquí, chica de la playa-mentí.
- Ya ves qué sorpresas nos da la vida a veces... ¿Cómo llevas tu novela, lobo viejo?
- Bastante peor de lo que te imaginas. No he escrito ni una línea.
- ¿Sigues sin encontrar las palabras?
- Sigo sin encontrar la inspiración.
- Seré tu musa- sonrió, juguetona, sus ojos ardían.
- No querrás...
- En serio, de verdad. ¿Por dónde empezamos?
- Déjame que te acompañe a casa, este sitio no es muy literario que digamos... - sonreí y no me encomendé a ningún santo. Había salido a buscarla y ahí estaba, no quería perder la oportunidad de sentirme vivo que me daba su presencia cada vez que la veía.

***

En vez de ir a su casa nada más salir de allí llegamos al puerto paseando. La lluvia parecía haberse calmado con nuestro encuentro en el bar, y la noche se había vuelto apacible para dos extraños que estaban deseando conocerse... y algo más. Ella me pasó un cigarro alguna vez... y fue como besarla.

- Te has quedado callado, ¿en qué piensas? -me preguntó, cuando nos detuvimos.
- En que debería haberte llevado a casa y haber vuelto a la mía.
- Con tu mujer -la miré sorprendido, no sabía que supiera que estaba casado, pero claro, vivíamos en un pueblo bastante pequeño.
- A casa y punto, lo de Julia es... No sé si quiero conocerte más, ¿Carlota?

En ese momento fue ella la que se sorprendió. Nos habíamos visto tres veces pero en ninguna de las tres me había dicho su nombre. Sonrió.

- ¿De qué tienes miedo, Javier?
- Cuando no sientes nada, no tienes miedo.
- ¿Y tú no sientes nada?

Me encogí de hombros. No sabía bien qué contestarle a aquello. Era casi obvio que aquella noche había salido de casa para encontrarla, y también era consciente de que su imagen no se había alejado de mi cabeza en ningún sólo momento. ¿Qué sintió por Caperucita el Lobo Feroz cuando la vio por primera vez?

- Pues si no quieres conocerme, tú te lo pierdes -usó ese tono de niña que usaba a veces. Yo sonreí ante aquello y entonces lo vi claro. No quería perdérmelo.

Busqué sus labios con hambre y ella correspondió aquel gesto con un beso y el pulso acelerado, como si ya supiera que iba a besarla. Impulsados por ese beso y olvidando el cigarrillo, cogí a Carlota de la mano y nos metimos en una de las naves del puerto que permanecían abiertas. Estaba llena de cajas y barriles. Nos entró la risa a la vez. Yo me sentía un adolescente, terriblemente excitado por el riesgo que suponía estar allí. Cuando nos ocultamos entre las cajas gigantescas volví a besarla. En comparación con el beso de ese momento, el primero se había quedado corto. Besé a Carlota en los labios, en el cuello, en las mejillas... La saboreé poco a poco como un dulce exquisito y efímero. Ella me respondía con un ansia atroz, desabrochando los botones de mi camisa con prisa y arañando la piel de mi pecho. Pasé mis manos por su espalda, y bajé la cremallera de su vestido. Rojo, claro.

- Ven - la cogí de las manos, tumbándola sobre uno de los palés y le quité los zapatos con cuidado. Aquellos infernales tacones que siempre llevaban me alejaban de su figura menuda que me moría por estrechar.

Nos miramos a los ojos cuando volví a besarla. Nuestros cuerpos calientes latían. Carlota dejaba que la desnudara y la recorriera con las manos. Buscaba mis labios para besarme otra vez y me mordía con ansia y furia. Abracé su cuerpo y sentí el calor de su piel, una piel infinitamente más suave que cualqueira que hubiera tocado nunca. Empecé a tocarla despacio, y ella se retorcía entre mis brazos. No dejé de besarla, disfruté de aquella visión de verla deshacerse en mis manos. Ella cerraba los ojos y se rompía en calambres. Me separé un poco para observarla. El carmín de sus labios ya estaba extendido por su boca y las muecas de placer se intensificaban cuando yo aceleraba el ritmo de mis caricias. Carlota terminó levantando su espalda y yo pude sentir su orgasmo. Murmuró mi nombre entre jadeos.

Murmuró-mi-nombre-entre-jadeos.

- Ven- esta vez lo dijo ella, arrastrándome hacia su cuerpo, casi suplicando.

Esperé un poco para alargar sus ganas y la penetré suavemtne. Aceleré el timo al compás de los jadeos de mi Caperucita, que compaginó el movimiento de sus caderas con el de mis embestidas. Nos movimos sin parar con aquel frenético vaivén. Me temblaba el cuerpo entero y cuando ya no pude aguantar más, con un gemido, caí sobre su cuerpo, temblando.

El sudor de los dos se mezcló cuando apoyé mi cabeza en su pecho. Carlota empezó a acariciarme el pelo y yo sentía su corazón desbocado bajo mi oreja. Acompasamos juntos nuestras respiraciones.

- Ha empezado a llover otra vez... -musitó.
- Por mí como si diluvia- contesté.

Fue la primera vez que Caperucita y el Lobo hicieron el amor. Escondidos como un par de adolescentes en una nave de carga y descarga del puerto. Al día siguiente, si no recuerdo mal, escribí tres capítulos seguidos de mi novela.

1 comentario:

  1. Quizás, en el próximo beso, encuentres alguna que otra línea, y si la vuelves a tocar, como esa noche, no se irá de tu lado.

    Has vuelto...

    ResponderEliminar